LA OBSOLESCENCIA DE LA CULTURA (2 PARTE)
El lenguaje, que ya Fernando Savater comentó en su artículo de opinión publicado el 16 de Agosto de 1998 en diario El País, “Un arte en desuso”, donde nos muestra la pérdida del lenguaje y la conversación en la sociedad actual, ya lo apreciamos en nuestras sociedades más jóvenes, cuya comunicación verbal es la mayoría de veces mediante chateos virtuales en el Whatsapp, donde ya no importa la gramática ni el léxico correcto, siendo la imagen la que predomina mediante emoticonos que demuestran así nuestro estado de ánimo.
En política, las ideas de los grupos emergentes, aunados mediante estas redes, resuenan con fuerza como confrontación al poder establecido, envejecido y enfermo, pero caen con su propia inercia juvenil e ilusionante, debido en este caso al tiempo, a dejar dormir las situaciones, para que ese ansia de cambio se derrumbe por sí solo y pueda convertirse en un movimiento ya obsoleto, que no sabe cómo mantener la llama de esa lucha, se derrama inmediatamente olvidada por sus propios impusores. Nos equivocamos y confundimos como decía Richard Rorty (1998), al definir movimiento con campaña. Mientras que el movimiento trabaja por un ideal general de lo humano y no acaba nunca, porque el poder de maduración del hombre es siempre inalcanzable; la campaña se centra en lo concreto y después de un corto período de tiempo, acaba en éxito o en fracaso.
Debemos aprovechar los mecanismos que tenemos en beneficio de un bien común, no en el propio, debemos aceptar la revolución que nos ha tocado vivir pero sin pagar un alto precio por ella.
Toda esta vorágine del caos, puede convertir a la cultura en otra víctima de la obsolescencia programada.
Esta sociedad inmersa en una velocidad desmesurada, donde no hay tiempo para la auto-observación ni la autoreflexión personal, pone en jaque el propio pensamiento artístico y por tanto la producción creativa. Disponer de tiempo para la creación, factor fundamental y necesario, pues conlleva implícito la fenomenología del ser humano y su experiencia, es prácticamente una búsqueda infructuosa, la necesidad creada del acceso a la tecnología lleva al traste la disponibilidad de comprar tiempo, que actualmente se paga muy caro como ya adelantó Saint-Exupéry en su libro:
― ¡Buenos días! ―dijo el principito.
― ¡Buenos días! ―respondió el comerciante.
Se trataba de un comerciante de píldoras muy perfeccionadas, las cuales calmaban la sed. Si se toma una a la semana no se necesita beber ningún líquido durante ese tiempo.
― ¿Por qué vendes eso? ―dijo el principito.
― Es una gran economía de tiempo ―dijo el comerciante―. Los expertos han hecho cálculos; han comprobado que se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
― ¿Y qué se puede hacer con esos cincuenta y tres minutos?
― Cada uno puede hacer lo que quiera…
― Si yo tuviera cincuenta y tres minutos libres para gastarlos en lo que quisiera, me dirigiría tranquilamente hacia un manantial.
Tomado de El principito, Antoine de Saint-Exupéry[1].
El arte tiene la misión de defender la autonomía de la experiencia individual y de proporcionar las bases existenciales para la condición humana. Una de las tareas del arte es salvaguardar la autenticidad de la experiencia humana.[2]
El adquirir una cultura en las distintas ramas artísticas, arquitectónicas, estéticas o filosóficas, implica un tiempo necesario para investigar sobre las mismas, así como para digerir y contrastar lo visto y poder tener una opinión real de aquello que nos interesa. En el libro “Hibridación y transculturalidad en los modos de habitación contemporánea” editado por la escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad de Sevilla[3] se nos habla de ese tiempo necesario para adquirir cultura, existe una sociedad sedimentaria y una sociedad nómada que es la que se mueve de un lugar a otro, a nuestros estudiantes se les exige un período de pruebas en el extranjero como condición necesaria para conseguir su titulación, pero son períodos cortos, que no consiguen asentar al estudiante en esa nueva cultura que tienen que digerir, ya que el nomadismo también necesita de ese tiempo para asentarse en una nueva formación, por lo que los resultados no son ni serán los esperados por las instituciones educativas, ya que al cabo del tiempo se perderán en la memoria del olvido.
El “arte” pasa de ser un proceso de pensamiento en sí mismo y de capacidad de expresión personal y plástica a convertirse también en un fuego fatuo de consumo ilimitado y efímero en su génesis y creación. No hay que equivocar arte de consumo con arte para el consumo; el primero procede de las corrientes pop, donde ya los artistas representaban las marcas de los productos de grandes multinacionales como ejemplo del arte popular y directo; el arte para el consumo es aquel que se realiza en nuestros días de manera mediática y que acaba siendo olvidado después de su fugaz paso por la sociedad que lo devora, dejando su marca en medios tecnológicos como la fotografía y el audiovisual; el Land Art, Erth Art, Graffiti, Happenings, Arte Povera o el Arte de Acción, pertenecen a esta corriente artística, que podríamos definir “arte efímero”, no demasiado acertada por cierto, ya que puesto que si el arte necesita de legitimación(crítica, mercado, exhibición…) y para ello se necesita tiempo, este tipo de realizaciones de lo que no disponen es de ello, ya que su propia definición lo contradice.
Sin entrar a citar a los grandes maestros barrocos y renacentistas de la pintura que todos conocemos, y que se muestran en los grandes museos de nuestras ciudades, no por nuestra inquietud pictórica, sino porque nos los han hecho aprender en colegios e institutos durante gran parte de nuestra infancia, cuando todavía se estudiaba arte, permanece en nuestro subconsciente una generación posterior de artistas que aun no siendo expertos en la materia,por nuestra culturalidad, podríamos citar y reconocer; figuras como Sorolla, Picasso, Miró, Tapies, Chillida, Gordillo, López … entre otros, son artistas han permanecido en la cultura general, sin estar dominados ni influidos por la nueva era digital, se ha hablado muchas veces de ellos, han tenido exposiciones, una larga trayectoria profesional, han escrito y analizado la pintura de sus momentos, son pintores y escultores que reconocemos. En cambio en la actualidad hay una infinidad de artistas jóvenes y no tanto, que luchan a duras penas por mostrar su arte, sus inquietudes, y que acaban sucumbiendo a la masa, a la nueva cultura, a la velocidad de la representación, a la obsolescencia, tan sólo unos pocos han logrado liberarse del lazo virtual, hablo de artistas ya pasando el medio siglo de edad, como Miquel Barceló, Lita Cabellut, Jaume Plensa, etc.. que mantienen intacta su condición artística.
La revista Vanity Fair en el año 2013, invitó a cien especialistas en arte, a votar por, quienes consideraban, los seis artistas vivos más importantes, exactamente seis, (quizá por la dificultad de ocupar un mayor número de páginas en la revista, despistando a sus lectores de la temática de la misma); y el resultado por orden ascendente fueron: Ellsworth Kelly, Cindy Sherman, Bruce Nauman, Richard Serra, Jasper Johns, Gerhard Richter. Es curioso que aparezcan esta clase de artículos junto a dietas de adelgazamiento y super top models luciendo sus galas.
Aún no pasa lo mismo en la arquitectura, pero alguna revista va haciendo sus pinitos en este campo, donde arquitectos llamados de la jet, muestran sus últimas realizaciones, mostrando una arquitectura de tacón de aguja. Si no lo evitamos, los mayores reconocimientos de obras publicadas y premiadas en casi todos los certámenes, pasarán por una vida útil, en función de los beneficios mediáticos que aportan a sus patrocinadores.
Citando de nuevo a Bauman:
“Vivimos en una era de fragmentos de sonido, no de pensamientos, de cosas efímeras calculadas – como observó George Steiner – , pensadas para conseguir un máximo impacto y una obsolescencia inatantánea”[4]
Esta situación de la obsolescencia cultural se está produciendo por el predominio de las sensaciones visuales frente a las hápticas en los procesos artísticos.Vivimos en un mundo donde el marketing y la velocidad de las redes sociales mueven las pautas de lo correcto e incorrecto, de la belleza y de la fealdad, del éxito y el fracaso.
Según cita Juhani Pallasmaa en su libro:
En ese constante proceso de especialización, la arquitectura se ha distanciado cada vez más de los contenidos míticos originales del edificio y se ha vaciado de todo significado mental profundo; solo queda el deseo de estetización. En el mundo obscenamente materialista de hoy la esencia poética de la arquitectura está amenazada simultáneamente por dos procesos opuestos: la funcionalización y la estetización.[5]
En mi última entrevista con Juhani Pallasmaa le preguntaba por la excesiva puesta en escena en los últimos concursos de arquitectura, conseguidos mediante herramientas y programas informáticos, donde las formas orgánicas y la representación visual predominaba, creando edificios difícilmente construibles y excesívamente caros, lejos de la esencia de la arquitectura que es el ser humano y en contraposición con los últimos premios Pritzker, donde se valoraba el factor humano y la sostenibilidad.
A lo que me respondió:
“That is another reason why working with computer can be very negative. When we are drawing with physically lines, there are real lines, whereas when you are drawing with computer there are not even lines, there are just abstract connections between points. It’s dangerously abstract and then whenever you draw something there is always a scale in your drawing, immediately, there is a relation between yourself and your work, whereas the computer does not have a scale, there is a distance between the reality and architecture when you work only with the computer”.[6]
“Esta es otra de las razones del porqué el trabajar con ordenadores puede ser muy negativo. Cuando estamos dibujando lo hacemos con lineas reales, mientras que si dibujamos con ordenador, éstas no son lineas, son conexiones entre dos puntos. Es peligrosamente abstracto, mientras que si tú dibujas algo, existe una escala en tu dibujo, inmediatamente hay una relación biunívoca entre el mundo y tu trabajo, mientras que el ordenador no tiene escala, hay una distancia entre la realidad y la arquitectura solo si trabajas con el ordenador.”
Los procesos creativos son propios del hombre, de sus circunstancias, de sus miedos y sus fracasos, de sus alegrías y sus tristezas, de todo aquello que le rodea y que insconcientemente entra a formar parte de su quehacer diario. Cuando dibujamos, no sólo estamos garabateando lineas y manchas en un papel, estamos plasmando anhelos y deseos que sólo nosotros somos capaces de entender, nuestra mente está conectada con nuestros sentidos y todos ellos participan del ritual del dibujo. Nos preguntamos y admiramos de la espontaneidad y la imaginación de la pintura de un niño, y queremos copiarla y hacerla nuestra, pero somos incapaces, nuestra mente esta llena de prejuicios, autocríticas, condiciones impuestas que imposibilitan la acción; en cambio un niño está libre de todo ello, por eso dibuja con esa dulzura y ese encanto que nos impresiona.
Una de las consecuencias a mi juicio del predominio de la imagen digital es el rápido entendimiento, la comprensión de aquello que estás observando, no hay lugar a dudas, es fácil, rápido y directo. No necesitas tiempo, hoy en día muy valorado, es inmediato y pasas a otro rápidamente. Todo el mundo lo puede entender, es una imagen para las masas, no necesitas un grado de especialización, es lo mismo que ocurrió con el Pop-art, un arte para los mass-media, que surge tras la incomprensión de su antecesor el Expresionismo Abstracto, que Tom Wolfe explica en su libro “La palabra pintada”[7]
El arte o la cultura en general, es eso, lo mismo que se agotó el Pop-art, emergerán figuras que marquen la pauta de este siglo digital y se agotarán de la misma manera que lo hicieron los pintores pop frente al arte mínimal, dejando su legado en manos de los marchantes y las grandes multinacionales. Formará parte de nuestra identidad cultural y de nuestro desarrollo posterior, haciéndonos comprender nuestra propia continuidad.
La identidad cultural, un sentido de pertenencia y arraigo, es un terreno irremplazable de nuestra humanidad. Las identidades no solo dialogan con los escenarios físicos y arquitectónicos. Crecemos según nos incorporamos a innumerables contextos de identidades culturales, sociales, lingüísticas, estéticas y también arquitectónicas. Las identidades no se adhieren a cosas aisladas, sino a la continuidad de la cultura y la vida; las verdaderas identidades no solo son vínculos momentáneos, sino que tienen historias y continuidades.[8]
Es por eso que debemos estar atentos a éstos cenáculos que surgen en nuestra cultura de una manera crítica y considerada, sin dejarnos avasallar por las fórmulas mediáticas y de concienciación global, sería un loco si negara la utilidad de los ordenadores como máquinas hábiles y herramientas óptimas para el desarrollo de proyectos, pero máquinas al fin y al cabo, de la misma manera que estaría fuera de lugar en una sociedad dominada por las redes sociales y la tecnología, pero reniego al poner todo mi trabajo y mi vida al servicio de tales monstruos de la autoextinción humana.
El ser humano siente, y como arquitecto esa sensación del espacio, de la belleza, de la intimidad, de la creación, es uno de los dones de los que hemos sido dotados y que tan placer nos produce a unos cuantos, a veces lo olvidamos, pero existe y está en nuestro interior. Mi admirado maestro Pallasmaa me contaba que su profesor Aulis Blomstedt, en una lectura dijo: “Más importante para un arquitecto que el talento de generar fantásticos espacios, es el regalo de imaginar situaciones humanas”, y él durante su larga trayectoria como profesor de arquitectura, enseñaba a sus estudiantes en la escuela a no ser arquitectos sino a enseñarles a cómo vivir sus vidas como arquitectos.
Por que la arquitectura es un estilo de vida, rodeada por unas condiciones sociales que hay que digerir y contrastar, sin olvidar la parte más importante y que ha prevalecido durante toda la historia de la humanidad que es el dibujo a mano alzada como fórmula de representación y capacidad de abstracción del ser humano.
[1] Saint-Exupéry, Antoine, El Principito, ed. pá
[2] Pallasmaa, Juhani, Habitar, op.cit. pág 72.
[3] Varios Autores, Hibridación y transculturalidad en los modos de habitación contemporánea, Universidad de Sevilla, Escuela Técnica Superior de Arquitectura, 2010.
[4] Bauman, Zygmunt, op. cit, pág 64.
[5] Pallasmaa, Juhani, Habitar, op.cit., pág 9.
[6] Entrevista a Juhani Pallasmaa, Finlandia, septiembre de 2016, Revista EGA, Universidad Politécnica, Valencia, en preparación.
[7] Wolfe, Tom, The Painted Word, Harpers´s Magazine, Nueva York, 1975, traducción en castellano por Diego Medina, La Palabra Pintada, 1976, Ed. Anagrama, Barcelona.
[8] Pallasmaa, Juhani, op. cit. pág 119.
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